“Entonces vinieron a él los discípulos de Juan, diciendo: ¿Por qué nosotros y los fariseos ayunamos muchas veces, y tus discípulos no ayunan? Jesús les dijo: ¿Acaso pueden los que están de bodas tener luto entre tanto que el esposo está con ellos? Pero vendrán días cuando el esposo les será quitado, y entonces ayunarán. Nadie pone remiendo de paño nuevo en vestido viejo; porque tal remiendo tira del vestido, y se hace peor la rotura. Ni echan vino nuevo en odres viejos; de otra manera los odres se rompen, y el vino se derrama, y los odres se pierden; pero echan el vino nuevo en odres nuevos, y lo uno y lo otro se conserva juntamente.” (Mateo 9: 14-17)

Para que se confirmara el ministerio mesiánico de Jesús, era necesario que hubiera tres testigos: el Padre, el Espíritu Santo y un hombre, que era Juan. Juan estaba un día en el río Jordán y, cuando Jesús pasó, él dijo: “Este es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo.” (Juan 1:29). Fue Juan quien reveló la identidad mesiánica de Jesús. Jesús recibió la palabra de confirmación, los cielos se abrieron y se oyó la voz de Dios diciendo: “Este es mi hijo amado en quien tengo complacencia.” (Mateo 3:17). A esa misma hora, el Espíritu Santo, en forma física de una paloma, se posó sobre Él. En aquel momento, hubo una testificación del Padre, del Hijo, y del Espíritu y una declaración humana.

Nadie más que Juan sabía que Jesús era el Mesías. Él recibió la revelación y así mismo la misión específica de hacer esa declaración y de atraer al testigo de los cielos.

El ministerio de Juan era abrirle camino a Jesús. Él fue llamado a presentar al Mesías. Dios es un Dios de principios y usó la boca de Juan para hacer una publicación que Jesús era el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo.

La Biblia dice que había dos discípulos con Juan cuando Jesús pasó (Juan 1). Estos discípulos dejaron a Juan para seguir a Jesús. Jesús les preguntó a aquellos discípulos de Juan: ¿qué querían? Ellos querían saber dónde vivía Jesús, donde era su casa y Jesús los llevó allí.

Formando discípulos para Jesús

Jesús nos enseña a través de su actitud con los discípulos de Juan, que cuando estamos formando discípulos, no los formamos para nosotros mismos sino para Dios. Los discípulos que formamos son para presentarlos a Jesús, para que ellos entiendan que Jesús es el Mesías, y aprendieran a caminar con él, para que coman y beban directamente de Él y se llenen de la doctrina del Señor. Nuestra función es encaminar a los discípulos a la presencia del Mesías y que con él, puedan estar seguros.

Necesitamos entender que formamos discípulos para el Señor Jesús y no para nosotros mismos. Uno de los discípulos de Juan el Bautista que siguió a Jesús fue Andrés, hermano de Simón Pedro. Él quería saber dónde vivía el Maestro y pasó el día con Jesús. Andrés fue detrás de su hermano y dijo: Simón, encontré al Mesías, sé dónde vive, no necesita más estar por ahí errante detrás de la paz interior.

Jesús miró a Simón y le dijo: "Tú eres Simón, hijo de Juan, tú serás llamado Cefas (que quiere decir Pedro)." (Juan 1:42). Cuando encontramos al Mesías, Él cambia nuestra identidad. No podemos decir que andamos con el Mesías, que hablamos con Jesús, que tuvimos una experiencia con el Señor y continuamos viviendo con la misma identidad que teníamos antes de conocerlo. Cuando nos encontramos con el Mesías, Él cambia nuestra identidad y hasta nuestro nombre.

En el discipulado bíblico, el Mesías debe ser el centro del propósito para que el discípulo reciba la identidad del Mesías y tenga un carácter firme, seguro y constante. Cuando Pedro se encontró con el Mesías, halló gracia. Pedro no tenía una cara bonita, un buen corte de cabello que se había hecho en los mejores salones de la ciudad; él era un individuo arisco. Andrés llevó a Simón al Maestro y Simón salió con una profecía que cambiaría su destino.

Jesús pasó tres años conviviendo con Pedro y con Simón, y con la inconstancia de su discípulo. Jesús no tuvo el privilegio de convivir con un Simón firme y constante, sino con la profecía. Él profetizó que Simón sería Pedro y Simón recibió la semilla, pero tardó tres años en ser Pedro. Durante ese período, él vivía en una confusión entre ser Pedro o Simón.

Confrontados para cambiar

Pedro andaba buscando al Mesías hasta el día que Andrés le presentó a Jesús. Jesús le dice a Simón que con esa identidad no podría caminar con él. El nombre Simón significa inseguro, temeroso, el que desiste. Por eso, a partir de aquel día, Jesús cambió el nombre de Simón a Pedro, pues él sería una piedra, una roca, un hombre de carácter firme y constante.

La primera cosa que Andrés el hermano de Simón Pedro hizo, fue buscar a los discípulos que habían desistido para poder traerlos al Mesías. Esta es la función del discipulador: hacer que el discípulo entienda que el Mesías es el centro del propósito. Al actuar así, el discípulo recibe la identidad del Mesías y obtiene una identidad de un carácter firme, seguro y constante.

Un día, el Apóstol Pablo le dijo a Pedro que iba a tolerarlo para saber quién era, porque por momentos él estaba a favor de la incircuncisión, y en otros momentos estaba a favor de la circuncisión; en momentos apoyaba a los judíos, y en otros momentos apoyaba a los gentiles.

Incluso después de que encontramos a Jesús, después de llegar a ser Pedro, si no vigilamos que nuestro carácter sea moldeado, podemos tener una reincidencia. O usted es Simón o es Pedro.

Simón no apacienta nada y solo despierta sus deseos, pero Pedro tiene la libertad, por parte del Señor, de comenzar una generación de corderos para entregar al Señor el mejor fruto de la Tierra.

Continuará…

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Plano de Leitura Bíblica

24 Dez
Jó 33
Zacarias 9
Apocalipse
7 a 9
25 Dez
Jó 34
Zacarias 10
Apocalipse
10 e 11
26 Dez
Jó 35 e 36
Zacarias 11
Apocalipse
12 e 13
27 Dez
Jó 37
Zacarias 12
Apocalipse 14
28 Dez
Jó 38
Zacarias 13 e 14
Apocalipse
15 e 16
29 Dez
Jó 39
Malaquias 1
Apocalipse
17 e 18
30 Dez
Jó 40
Malaquias 2
Apocalipse
19 e 20